sábado, 5 de octubre de 2013

Sábado noche.

A veces me rindo, y se me escapa la cordura. Sale de mi cuerpo como el humo de los pulmones, quemando mi garganta y dejando un áspero sabor de boca. Mi sonrisa se pudre y mis ojos me delatan, se derrumba mi fachada y solo quedamos el fondo del vaso y yo.
O esta mierda en la que me has convertido.
Nunca he sido fuerte, valiente, ni nada a destacar. Una vez un capullo me dijo que no disfrutaba lo suficiente de la vida… que me faltaba una chispa. Una chispa que, por supuesto, no me dio él. Puedo afirmar orgullosa que no me arrepiento de las decisiones que he ido tomando a lo largo de mis años, incluyendo algunas bastante extremas y las idas de cabeza (¿Eso cuenta como locura?) puesto que si en su momento lo hice, es porque lo consideraba mejor que el resto de las opciones. Ya sean buenas o malas, son mi decisión.  Me equivoco como todo el mundo, y, también como todo el mundo, creo que me merezco que respeten mis elecciones y mis circunstancias… ya sean errores o no. ¿Por qué entonces se me cuestiona? ¿Tan mala soy?
Me canso de ser de piedra, de aparentar que estas cosas no me importan. El desgaste me corroe hasta el punto de abandonarlo todo, tirar la espada y prepararme a vuestras réplicas. He llegado a un punto de inflexión en el que necesito ser yo, ya sea aquí o en otro lugar si (como viene siendo habitual) no me siento cómoda escribiendo donde la gente me encuentre. Siempre he dicho que una de las cosas más importantes para mí era poder ser libre de expresarme donde fuese, me lea quien me lea, porque es así como llevo funcionando los últimos seis años de mi vida, pero puede que sea momento de aceptar la derrota y cambiar las cosas.
En este momento no me veo con fuerza de aguantar preguntas o reproches de gente que me importa (el resto, con perdón, me la soplan) a raíz de lo que yo considero mi vía de escape.
Si alguien de mi entorno, por alguna casualidad de la vida, lee esto y se da por aludido, no te preocupes. Probablemente vaya por ti.



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