domingo, 22 de septiembre de 2013

Pastel de crema.

 Fue bonito mientras duró. Lástima que se haya acabado el pastel y no podamos gozar de su textura y la profundidad con la que la autora me deleitaba. La de horas que pasé llenando mis ojos con la dulce masa, disfrutando del olor, del azúcar glass espolvoreado por encima como si de nieve virgen se tratase…
Largas noches anhelando uno nuevo, intentando pasar cada tarde por la pastelería para ver si ya estaba hecho, mi pequeño caprichito personal, del que no esperaba menos que una sonrisa a la cara y una amonestación escrita en forma de tarjeta amarilla, advirtiéndome de que hay cosas ilegales que no se pueden hacer a los férreos ojos de la moral. Pero muchas de esas veces estaba cerrado, y solo podía ver ante la supervisión de la persiana, una presencia ausente, un cartel luminoso que anunciaba un futuro no muy lejano. La abismal derrota que nos demuestra que no siempre somos efectivos y que unas veces se gana, y otras te toca hacerte el digno y aceptar la derrota de una forma moralmente humillante.
Dado este caso, entonaré mi juramento de derrota y diré: He fallado, si, pero siempre seguiré con la cabeza bien alta, echando de menos aquellas largas horas de conversación para llegar al gélido presente donde ya no está mi pastel, y donde mi barriga ruge al compás de una triste canción. Canción de caídos, canción de aquellos que por querer levantarse fueron mutilados y ametrallados con desprecios del calibre 7’62. Por la presente firmo y sello, con la firma de la añoranza y el sello grabado a fuego en mi corazón, de que ya nunca volveré a encontrar la nieve, ni el suelo de mi pastel, ni siquiera aquel trozo que se quedó en la despensa, sin que nadie se lo comiera, a expensas de manos equivocadas y deseos codificados. Al fin y al cabo estoy en otro nivel, inferior por cierto, ¿Cómo pude pretender entender la gastronomía de tus ojos y aquella voz qué se me hizo presente más de una vez? Pues en cierta manera, y tras haber presentado mi tratado de capitulación sin precedentes, y sin derecho alguno, me rindo de forma oficial. He sido testigo de que, a veces, ese último trozo nadie lo quiere, y que al final termina en la basura junto a todas las inquietudes, toda la espera y todas las ganas que tenías de disfrutarlo. ¿Seré yo ese último trozo?


Lord. OH

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