martes, 26 de noviembre de 2013

Quiero decirle que no está siendo justo; que éramos desconocidos; que hice lo necesario para seguir viva, para que los dos siguiésemos vivos en el estadio; que no puedo explicarle cómo son las cosas con Gale porque no lo sé ni yo misma; que no es bueno amarme porque, de todos modos, no pienso casarme y él acabaría odiándome tarde o temprano; que, aunque sienta algo por él, da igual, porque nunca podré permitirme la clase de amor que da lugar a una familia, a hijos. ¿Y cómo puede permitírselo él? ¿Cómo puede después de lo que acabamos de pasar?
También quiero decirle lo mucho que ya lo echo de menos, pero no sería justo por mi parte.
Así que nos quedamos de pie, en silencio, observando cómo entramos en nuestra mugrienta estacioncita. A través de la ventanilla veo que el andén está hasta arriba de cámaras. Todos están deseando presenciar nuestra vuelta a casa.
Por el rabillo del ojo veo que Peeta me ofrece la mano y lo miro, vacilante.
-¿Una última vez? ¿Para la audiencia? --me dice, no en tono enfadado, sino hueco, lo que es mucho peor.
El chico del pan empieza a alejarse de mí.
Lo cojo de la mano con fuerza, preparándome para las cámaras y temiendo el momento en que no me quede más remedio que dejarlo marchar.

 Suzanne Collins

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