El azul del mar se tornó verde en la angustia de la espera.
Tu silencio se enroscó en mi pecho, aprisionando mi corazón
de todo aquello que no decimos, pero los dos sabemos.
La arena calaba poco a poco secando mis pensamientos, lo que
viajaban a tus manos y no regresaron.
Una playa que se hizo desierto, un desierto de callada e
inquietante espera, un desierto negro, donde impaciente deseaba oír tu voz y
que enroscases tu mirada con la mía, buscando una guarida del mundo. Un
desierto en el que refugiar tu alma de los miedos que la invaden. Deseé tanto
en lo oscuro aparecieras que el cielo se hizo eterno. Mis ojos eran espirales
contando las horas del cielo.
Y tu voz se deslizó anoche, entre barrancos y el mar y
desapareció, ebria de pánico. Te escondes en lo artificial y como un caracol
colorista, llevas tus miedos a cuestas, los pintas los maquillas y les das un
nombre nuevo. Hacerte su amigo no resuelve la ecuación.
Quítate el maquillaje de guerra y cuelga tu uniforme, no
enmascares tus palabras, porque el destino huele tu verdadera esencia y espera
el momento oportuno para morderte y arrancarte un grito del pecho que demuestre
tu verdad. Pero no para hacerla pública si no para que tú mismo la veas. Tus
manos se volverán de vidrio y quebraran con las palabras que inventas al crear
irrealidad y en sus reflejos verás tus ojos y tu corazón me buscará.
Y aunque no sea el corazón tus labios me desean casi tanto como yo deseo los tuyos, como la yerma tierra abandonada desea las caricias del agua.
Enrosca tus brazos a mis letras, esconde tus besos en mis
manos, disfraza tus miradas con mi pelo y deja que la verdad te encuentre
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