Hacía tiempo que no tocaba el piano. Bastante tiempo. Pero aquel día lo tocó, el tiempo suficiente para quedar perplejo e inmóvil. Hacía tiempo que no la sentía cerca. Bastante tiempo. Pero aquel día la sentí, el tiempo suficiente para saber que seguía siendo ella. Hacía tiempo que no sonreía. Bastante tiempo. Pero aquel día lo hizo, sonreía insaciablemente; el tiempo suficiente para saber que por dentro seguía viva.
“¿Qué te pasa?” solía preguntarle. Pero ella jamás sabía qué contestar. Apenas utilizaba palabras para dirigirse a mí. Tan solo unas cuantas palabras triviales que cualquiera aborrecería. Aquel día me escribió un poema entre sonido y sonido. Aquel día me dijo que me amaba. Aquel día cerraba los ojos al tocar el piano. Aquel día tenía las facciones relajadas. Aquel día estaba feliz. Aquel día confesó que me amaba. Aquel día había nacido.
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