Escrito conjuntamente con Miguel Ángel Seoane.
Imagen escogida por Alejandra Saku.
Todo lector espera siempre una historieta de amor, barbie y ken,
con unfinal feliz en el cual todos se pongan morados de comer perdices y
triunfe el amor. No es que esta historia no lo fuese, pero Maiquel no
era precisamente un ken de etiqueta. Él era más de pantalones de
pinza, camisa a cuadros a juego con el chaleco y, en caso de proceder, una
hermosa parajita.
Dependiendo del día se acicalaba más o menos para dormir.
Unos días se ponía un camisón de franela y, otros, unos pantalones de tela con
una camiseta de tirantes. Un día se dormía entre sus sábanas rosas y al día
siguiente con las lisas negras. Por eso tenía dos habitaciones, dos
habitaciones totalmente diferentes, casa habitación con armarios llenos de ropa
diferente. Según amanecía, así se arreglaba. Unos días hombre, otros mujer y en
ocasiones ambas cosas al mismo tiempo.
Maiquel no esperaba que comprendiesen su bipolaridad,
pese a ello, pretendía llevar su vida con la máxima normalidad posible. En sus
días más viriles, solía acudir a su puesto de trabajo con camisa y mocasines,
pero siempre llevaba un vestido con estampados en el bolso por si despertaba su
feminidad y, Andrés, como cada mes, venía a visitarla.
Hay días que no podía evitar ponerse una camisa con
americana y unos leotardos estampados con flores multicolores. Necesitaba
satisfacer ambas facetas al mismo tiempo. Lo peor es que, solía transformarse
dos días al mes; se encontraba invadida por sentimientos que no controlaba. Se
enfundaba entonces, o unos pantalones de cuero (o vinilo) y una cazadora, o
bien un corpiño, paseándose con una fusta en sus manos.
Cuando se colocaba ese corpiño y cogía su fusta, solían
compararla con la versión distorsionada de Xena que, pese a llevar los
pantalones de cuero bien enfundados, no resaltaban sus pechos por ser
turgentes. Maiquel tenia una mancha de nacimiento en el escote,
aunque solía camuflarlo con su vello pectoral.
En cuestiones de maquillaje le gustaba abusar y, cuando lo
usaba, lo hacía para poder cubrir bien la perilla que, en sus días viriles,
solía lucir. Le gustaba ponerse base blanca fuerte y luego resaltar su mirada
con negros y azules.
Su principal problema surgía cuando se dirigían a su
persona. No le gustaba que le llamasen de otra forma que no fuera por su
nombre. Ni señor, ni señora, ni señorita ni señorito… Estaba por encima de eso,
era todo al mismo tiempo. Era Maiquel.
El problema, muchas veces, era cuando iba femenina: si tenía
que presentarse ante un desconocido y pronunciaba su nombre, siempre le decían:
“¿cómo? ¿Maribel?” Aquello torturaba a Maiquel, no soportaba que la gente
destruyese su bipolaridad, aquello era como arrancarle un huevo a un chulo
playa. Tratar con Maiquel era ciertamente complicado, puesto que
había que medir su virilidad o feminidad en el momento para saber cómo tratarle
debidamente y cómo dirigirse a él.
La gente con quien solía tratar se ponía muy nerviosa ante
su presencia. Se sentían como haciendo malabarismos en la cuerda floja,
observando su cara y sus gestos. Los días que iba con la fusta en la mano y
cubriendo su cuerpo de vinilo, era diferente. Sentía que tenía el control de
todo, tenía mas valor y atrevimiento para echar en cara todo lo que
anteriormente se reservaba. Reía a carcajadas, se tiraba eructos en público. Se
sacaba la ropa interior del culo, si llevaba, porque con el vinilo le encantaba
ir sin nada.
Lo peor de todo es que, finura, tenía más bien poca. Pese a
que en invierno procuraba taparse un poco más, en cuanto llegaba a su despacho
con la fusta y su larga melena, espantaba hasta al gato de su superior con esa
mata poco incipiente que asomaba por sus axilas. No había problema cuando iba
con camisa y pantalones, pero cuando llevaba minifalda… resultaba algo más
denigrante.
Nunca había compartido esa extraña y poco natural costumbre
de las mujeres de depilarse. Le gustaba ir libre, sentir sus vellos al
aire. Su pelo largo casi llegaba a la
cintura. Lo único que recortaba de vez en cuando era su barba, cada mes en luna llena. Pero siempre guardaba cada uno de los prqueños pelos que recortaba. Aunque a veces su lado femenino afloraba mucho más, nunca le gustó el perfume ni el desodorante. Aunque, en esos momentos, ocultaba su vello bajo capas se maquillaje y femeninos vestidos, le gustaba mantener su masculino olor. Se excitaba con su propio aroma a macho. Es más, a veces, sólo salía a hacer deporte por sentir su propio olor, por sentirse hombre. Respecto a las relaciones amorosas todo era relativo y visceral, puesto que su múltiple personalidad solía atraer a unas personas u otras. De todos modos, solía ser Maiquel quien se acercaba en las discotecas a sus víctimas y las olfateaba, calculando su grado de sudor. No porque le gustase, sino porque así podía disimular el suyo. Su vida cambió de golpe cuando decidió dedicarse a la docencia.
cintura. Lo único que recortaba de vez en cuando era su barba, cada mes en luna llena. Pero siempre guardaba cada uno de los prqueños pelos que recortaba. Aunque a veces su lado femenino afloraba mucho más, nunca le gustó el perfume ni el desodorante. Aunque, en esos momentos, ocultaba su vello bajo capas se maquillaje y femeninos vestidos, le gustaba mantener su masculino olor. Se excitaba con su propio aroma a macho. Es más, a veces, sólo salía a hacer deporte por sentir su propio olor, por sentirse hombre. Respecto a las relaciones amorosas todo era relativo y visceral, puesto que su múltiple personalidad solía atraer a unas personas u otras. De todos modos, solía ser Maiquel quien se acercaba en las discotecas a sus víctimas y las olfateaba, calculando su grado de sudor. No porque le gustase, sino porque así podía disimular el suyo. Su vida cambió de golpe cuando decidió dedicarse a la docencia.
Se hizo docente de literatura y educación física. Así
combinaba y equilibraba todos los matices de su personalidad. Le encantaba dar
clase de gimnasia e inmediatamente después clase de literatura. No había mayor
éxtasis que oler el sudor concentrado de sus alumnos mientras leían Hamlet en
voz alta. A veces no podía controlarse y mordía la fusta mientras su libido
aumentaba.
Un día no pudo más y corrió hacia el baño saltando con sus
tacones fetiche y su americana de cuero. Gritaba por el pasillo y se azotaba
mientras corría. Llegó al servicio y comenzó a restregar su cuerpo contra las
paredes.
Los baños eran bastante cutres, pero al estar pegados al
vestuario, podía sentir cómo todavía llegaba una suave y cálida brisa a hombre.
Le gustaba aquella combinación. Le encantaba su personalidad. Amaba su perilla
y sus uñas pintadas (de negro, siempre de negro).
Maiquel entró extasiado al servicio y comenzó a andar
en círculo durante largo tiempo. De pronto se detuvo frente al espejo. Se
sentía tan atractivo como atractiva. Se lanzó un beso al aire frente a aquel
sucio espejo y se agarró el pecho izquierdo con la mano derecha. Jugaba a ser
hombre y mujer, se miraba mientras decía en voz alta “Hola, nena. ¿Quieres
pasar a la trastienda?” A lo que Maiquel se autocontestaba con cierta
determinación: “Claro, cachorrito, pero debes someterte a mi deseo”. Un portazo
irrumpió su íntima conversación. Había otra profesora en el servicio y lo había
escuchado todo.
La profesora quedó mirando fijamente su imagen en el espejo.
Le robó la fusta de las manos y, dando un golpe en el banco del lavabo, le dijo:
“¡Recítame la canción del pirata!” Maiquel Intentó responder, pero
esta le azotó en la cadera antes de que lo hiciera. “¡¡Recita ya!!”
¿¿Cómo lo sabia?? Ese poema era su fetiche, era la señal que
utilizaba en sus juegos de dominación. No sabía qué hacer, pero de pronto, la
profesora sacó un peluche de un osito. Dios mío, ¡era Tito!, su osito de
peluche. ¿Cómo lo había conseguido esa bruja?, pensó Maiquel. Ella le
gritó: ¡Recita o lo desvirgo!
Maiquel se puso a llorar como un descosido y volvió a
recitar. La srta. Hortensia estaba inmóvil y no le quitaba los ojos de encima.
Él quien se detuvo para quitarse la chupa de cuero, aprovechando sus pectorales
para seducir a la garrapata de Hortensia. ¿Por qué aquella bruja quería violar
a Tito?, pensó.
Miraba con ojos tiernos a su Tito. Y seguía recitando una y
otra vez. Y entre los ojos de Tito vio una imagen. Una imagen que le incitaba a
cambiar, veía una luz que le daba paz. Tito le hablaba sin palabras.
“Hazte budista”, le susurraba, “¡¡¡budiiiiiiiiiistaaaaaaaa!!!”
Y en un ataque de furia, sacó una navaja de su bolsillo
derecho. La srta. Hortensia se asustó, pensó que iba a atacarle, pero nada de
eso sucedió. Maiquel sintió la llamada espiritual y se rapó la
cabeza, dejando intacto su vello facial. Conforme rasuraba los mechones, se
sentía más vivo, más poderoso…
Arrancó las cortinas del baño e improvisó una túnica. Salió
corriendo por el pasillo. Resonaba en su mente una voz. Sin nariz, sin ojos,
sin boca. Sin pecados, sin problemas. No luz, no oscuridad, no silencio, no
estruendo. No hombre, no mujer, todo integrado en la nada. Por fin se sentía
libre en su cuerpo y su mente, y abandonó todo lo conocido e imaginado.
Por fin fue feliz. Corría por los pasillos, aleteando sus
brazos y dejando al vuelo el vello de sus axilas. Aquello sí era libertad.
Vía: El arte de Clara Serer Martínez
Aaaaaaaaaaaaay... qué buena es xDD
ResponderEliminarMe encanta el Maiquel
"Un día no pudo más y corrió hacia el baño saltando con sus tacones fetiche y su americana de cuero. Gritaba por el pasillo y se azotaba mientras corría. Llegó al servicio y comenzó a restregar su cuerpo contra las paredes"
xDDDDDDDDDDDDDDDDDD
"Aquello sí era libertad" Impresionante xD
ResponderEliminarEL final es simplemente perfecto